"En mi prosperidad dije yo: No seré jamás conmovido, Porque tú, Jehová, con tu favor me afirmaste como monte fuerte. Escondiste tu rostro, fui turbado. A ti, oh Jehová, clamaré, Y al Señor suplicaré"
Salmos 30:6-8
Sin un derrotero, sin un sueño que nos desvele, nuestra vida sería como un barco a la deriva. Es más fácil, es más sencillo quedarse en la comodidad de una posición sin hacer nada, que optar por el esfuerzo de luchar por un sueño; Pero la pasividad y la mediocridad son los principales socios del fracaso y la zozobra.
Es por eso que a veces el Señor nos pone en situaciones que ponen a prueba nuestros propios límites. La prueba te saca de la comodidad para buscar alternativas, soluciones, estimular tu creatividad y tu fe para que logres dar un paso más en pos de alcanzar tus sueños.
Sin embargo, he conocido personas que habiendo alcanzado sus sueños más caros y aún habiéndolos superado con mucho en la realidad, olvidan pronto de dónde han venido y se vuelven soberbias y arrogantes. Lejos de enseñar con sus vidas y experiencias a los que vienen detrás suyo con las mismas metas, manifiestan actitudes de desdén y desprecio por quienes van quedando en el camino sin saber cómo seguir.
Si Dios no es quien te prospera, lo demás es efímero, superficial, meramente materialista y no está edificado sobre La Roca (Mateo 7:24 y 25).
Hay quienes prosperan y sus bienes y conocimientos son de bendición a quienes les rodean. Otros, en cambio, se vuelven ególatras, engreídos y toda su prosperidad es piedra de tropiezo para los demás.
¿Qué hace la diferencia, entonces?
Tan importante como saber hacia dónde vas, es saber desde dónde vienes. Tan importante como saber a dónde llegaste, es no olvidarte de dónde has venido y QUIÉN te ha traído.
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