“Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos (…)”
(2 Corintios 4:8,9).
El emperador Domiciano envió al Apóstol Juan a la isla de Patmos como un preso común. Debía trabajar en las canteras de sol a sol, aunque no había cometido delito alguno. Fue allí donde Jesús se le reveló al anciano Juan y le mostró visiones inefables escribiendo el asombroso libro de Apocalipsis. Lo que pretendía ser un lugar de condena y muerte, Dios lo convirtió en una catedral donde se manifestó a su siervo, y en el espacio apropiado para inspirar un libro. A Dios nada lo limita y las decisiones de los hombres le son indiferentes cuando desea dar cumplimiento a un plan divino.
En el año 1660, otro Juan, pero de apellido Bunyan, era también encarcelado por predicar el evangelio. No lo puso en prisión un emperador romano, sino Carlos II, rey de Inglaterra. Fue llevado cautivo a la prisión de Silver Street, en la ciudad de Bedford. Alli Bunyan se dio a la tarea de escribir un libro: “El Progreso del Peregrino”. Su fe saludable y creciente a pesar de su encarcelamiento injusto nos estimula hoy, varios siglos después. Su libro, "El Progreso del Peregrino", ha sido uno de los más traducidos y leídos del mundo.
Por contradictorios que sean los tiempos, nada puede detener a un creyente en su compromiso con Dios. Domiciano no pudo detener a Juan, Carlos II no pudo callar a Bunyan. No dejes que ningún hombre frene tu andar en obediencia, o que alguna extraña circunstancia silencie tu testimonio.
Honra a Dios desde tu integridad y laboriosidad. Somos “espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres” (1 Corintios 4:9). Nuestra férrea determinación en seguir el ejemplo de Jesucristo y nuestra franca decisión de obedecer su Palabra está por encima de las circunstancias.
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