El olivo, árbol mítico y símbolo de inmortalidad, se funde con la historia, la tradición y la cultura de los pueblos mediterráneos.
El origen del olivo, en su forma primitiva, se remonta a la Era Terciaria -antes de la aparición del hombre- y se sitúa, según la opinión de varios autores, en la zona de Asia Menor. Esta clase de olivo silvestre crecía de forma espontánea en las tierras del entorno mediterráneo. Su transformación y la mejora de sus características fue lográndola el hombre, a lo largo del tiempo, hasta conseguir lo que hoy llamamos olivo cultivado.
El olivo, protagonista indiscutible de la agricultura mediterránea, tiene una larga historia que va unida a la evolución de los hombres y de los cultivos que -como el trigo y la vid- han sido básicos en la alimentación de los pueblos del Mediterráneo.
La importancia del aceite de oliva venía dada por sus muchas utilidades, ya que servía no solo como alimento, sino que era un producto básico para la medicina tradicional, la higiene y la belleza. Se utilizaba como combustible para la iluminación, como lubricante para las herramientas y los enseres del campo, como impermeabilizante para las fibras textiles y, además, su comercio -especialmente por vía marítima- tuvo un papel predominante en el desarrollo de la economía mediterránea.
De la importancia del aceite de oliva da así mismo testimonio su sacralización. La primicia de la cosecha se ofrecía a los dioses y la unción de los reyes se hacía con aceite de oliva.
lunes, 21 de diciembre de 2009
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